La naturaleza, y yo...

Un pequeño trono caído sostenía mi espalda, y un enorme y verde pasto perfumado, abrazaba mis pies.
Mis sentidos despiertos, y asombrados ante la inmensidad de las fuerzas de la naturaleza. Regalo divino.
Pude percibir el sonido de la naturaleza... pude contemplar como el viento que provoca la danza de las hojas de esos enormes y grandes sauces que había frente a mis ojos.
Hacía mi derecha, un ruiseñor se encontraba sobre la cúspide de un pino, entonando su suave cantar.
Parecía que me encontraba frente a una orquesta... la danza de las hojas, el canto del ruiseñor, y el sonido del viento.
Me quité los zapatos, y comencé a caminar por cada rincón del bosque, la energía me corría por todo el cuerpo, hasta en mis venas aleteaban pequeñas mariposas juguetonas.
Desde pequeñas hormigas trabajando, hasta ardillas cuidando sus crías, eran las criaturas que habitaban allí.
Nada concluía mi asombro. Pensé que debía otorgar el doble de atención, y aprender de aquellos gestos de amor que esos animales pequeños, me estaban regalando.
Comencé a observar a esa pequeña ardilla que llevaba comida a sus crías... me enseñó que todo sacrificio vale la pena, si la recompensa es un tibio beso, y un cálido abrazo.
Un pequeño pájaro me enseñó que a pesar de los tropiezos y los golpes, hay que salir con fuerza y amor a cantarle a la vida... para que los demás, sepan que estar vivo, vale la pena.
Y así, hasta la rosa que a pesar de las espinas regala su perfume a quienes se acercan a ella, me dejaron grandes y profundas enseñanzas que me hicieron alzar mis brazos hacía el cielo, y agradecerle a Dios por regalarme un segundo más de vida.

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