Una historia
de loco y trágico amor, es la que solía contar Él luego de varios whisky.
“Mozo… el ¡último!, por hoy” siempre hacía énfasis en su frase para que todos
creyéramos que ese, era el último de la noche… pero allí comenzaba su relato, y
para no perder la costumbre, cuando el pobre Hugo se acercaba con el whisky,
Juan le cantaba “Eche mozo más whisky, que todo mi dolor bebiendo lo he de
ahogar…” y sí, le gustaba cambiar la letra a los Tangos y cantarlos al compás
de su triste vida. Ella, se llamaba María; la diferencia de edad entre ellos
era tan sólo 30 primaveras… aunque según Juan, Él vivía sus 50 inviernos. Todo
comenzó en el mismo bar que Él noche a noche se emborracha recordando la
tersura de las manos de María recorriendo su cabellera blanca y ya un poco
calva… Alta, de curvas tan sutiles como la guitarra de Juan, ojos marrones, y
un largo cabello que llegaba hasta su cintura. Cuando la describe, se percibe
el brillo en sus ojos y su corazón con tantas ganas de salirse de su pecho.
Dice que fue amor a primera vista, de ese que no suele pasar seguido… yo
todavía no le creo, esas cosas “del amor” todavía me suenan a verso para mí.
Ella era soltera, y Juan… bueno, estaba casi cruzando la puerta de su casa,
después de haber descubierto esa maravilla que la vida había posado ante sus
ojos ya cansados de tanto mirar cuerpo sin alma. “¿Sola?”, sólo esa pregunta
bastó para que entablaran una larga conversación parados al lado de la barra…
hasta que, Juan la invitó un café; ¡lo que hace el amor…! Juan, solía hasta
desayunar con su J&B. Ella accedió, y claro… sentía el mismo centenar de
mariposas dentro de su pecho, al igual que Él. Y allí fue el comienzo de esa
historia que, lamentablemente tuvo su triste final. Juan, siempre dice que
cuando desayuna, extraña encontrarse con las notas de amor que María solía
dejarle debajo de la taza del café… “Aquí te dejo un sorbo de aquel café que un
día nos unió… tuya siempre, tu María”. Fueron muy felices… hasta suele reafirmar
Juan, un ateo absoluto, que resume su historia de amor en un hecho mágico y
espiritual. Pasaron días, meses años. El invierno al lado de la estufa a leña…
las dos copas de vino, e interminables noches de amor. Largas primaveras
caminando por las praderas juntando las margaritas que tanto le gustaban a
María. Los veranos eran del mar, contemplando el amanecer tomados de la mano…
sólo la luna y el sol fueron testigos de este gran amor. Un día, Juan amanece
con una pequeña nota que decía “Dejamos de ser dos… para ser tres”; Él no
entendía nada… pensó cualquier cosa, menos que María estaba esperando en su
vientre un pequeño fruto de amor. Al llegar María, Juan le pregunta el significado
de la nota, y Ella, con lágrimas en los ojos le dice, que estaba esperando un
pequeño ser dentro de su cuerpo. Habían culminado el punto máximo del amor…
habían logrado crear un ser de amor, producto de tanta pasión… de tanto sentir.
Los meses pasaban, los controles de María eran estupendos… hasta que un día
comenzó a sentir pequeñas molestias a las que Ella ignoraba, y pasaba por alto.
Llega el día del nuevo control, y una nueva nota rutinaria en el desayuno de
Juan, que esta vez decía “Amor, hoy iré sola al Doctor. Te amamos… los dos”. Lo
presentía… algo en Ella sabía que las cosas no estaban tan bien como parecían.
El Doctor la palpó, y al leer los análisis de aquel embarazo, comenzó a
titubear… con voz temblorosa y tímida, le dijo a María que el pequeño que
llevaba en su vientre, y Ella, se encontraban enfermos, y sus vidas estaban en
riesgo. María tembló, y entre llanto, pidió al médico que Juan desconozca el diagnostico
de Ella y de su hijo; el médico respeto la decisión y a pesar de su parecer, calló
la verdad. María regresó, y Juan la esperaba con un sabroso plato de arroz… la
comida favorita de ella. Ella, ocultó los resultados de su visita médica, y
dijo que todo estaba bien… y su bebe creciendo sano, y fuerte. Comieron juntos,
María con sus ojos caídos tomó la mano de Juan, y le dijo en un tono tenue “Júrame
que nuestro amor será eterno, más allá de la muerte… Júrame que a tu lado
siempre seré feliz. Júrame, que aún en la eternidad, continuarás sosteniendo mi
mano…”; Juan asombrado, respondió “Te juro amor eterno… al igual que desde el
primer día en que vi tus pequeños ojos marrones brillantes. Te juro, que aún en
la eternidad, sostendré tu mano y tu corazón…
y juntos caminaremos por un sendero de margaritas, por siempre”. Juan la
entendió… su corazón sabía que algo estaba sucediendo, pero su mente prefirió
creer que todo estaba bien… En silencio, y tomados de la mano, juntos fueron a
dormir abrazados, piel a piel. El tiempo pasaba, y María iba perdiendo fuerzas
y se iba deteriorando lentamente… Juan, creía que era algo momentáneo, no podía
concebir el pensar que si Dios había sido tan generoso de premiarlo con uno de
sus Ángeles… ¿cómo se lo quitaría?. “Vamos María… tú no estás bien, debes ir al
médico…” reiteradas veces le exclamaba Juan… “Juan, estaremos bien… te lo
prometo” siempre respondía Ella, sabiendo que no había retorno en el triste
sendero del fin. El crudo invierno azotaba la ciudad… y las copas de vino al
lado de los leños eran el ritual de todas las noches. Esta vez, una de vino, y
otra de agua, para preservar el pequeño retoño que ya pateaba despacio su
vientre. “María… ¿te sientes bien?” preguntó Juan, mientras veía que aquellos
ojos que iluminaban su vida se estaban apagando como un faro al salir el sol… “Sólo
abrázame y dime que nos amas”, le suplicó María. Él la tomó entre sus brazos y
exclamó más fuerte que nunca “Te amo… te amo a ti, amo a mi hijo… ¡Los amo!”…
mientras que la Madre, junto a su pequeño hijo, se iban durmiendo en un sueño
sin fin… “¡¡María!!” gritó Juan, pero esta vez, no respondió. María había
muerto, y su pequeño hijo, también. El llanto doloroso, de Juan se escuchó en
todo el edificio. Atrás de aquella copa de agua se encontraba la carta de María
confesándole su enfermedad “Mi eterno amor… perdóname por haberte ocultado la
verdad… perdóname por tener que dejarte… recuerda, que nos hemos jurado amor
eterno. Yo lo cumpliré, desde el más allá te seguiré amando junto a tu hijo, y
mis manos seguirán acariciando tu suave cabello blanco… al igual que la primera
vez. Gracias por haberme regalado el más hermoso sendero de margaritas de mi
vida. Tuya por siempre”. Aún Juan conserva la carta… ya amarillenta y envejecida
por el correr de los años. A pesar del tiempo, sigue relatando el hecho de la
misma forma, con el mismo sentir, y sin olvidar ni una coma de su historia. ¿Sí
se volvió a enamorar?... jamás, dice que María no lo perdonaría… Sí aún sigue
viniendo todas las noches a acariciar su cabello para que Él pueda dormir, sin
llorar la ausencia de Ella, y de su Hijo…
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