La misma simpleza e intensidad que tenía sus luceros,
la guardaba su forma apasionada y extrema de amar,
más allá de la piel... más allá del alma.
Atrás de esas luces podía vislumbrar su niño interior,
aquel que jugaba, reía, y callaba...
Aquel que lloraba, y cargaba una cruz en su espalda.
Detrás de sus cabellos blancos,
había historias, leyendas, un mito por contar.
En las suelas de sus zapatos,
existían huellas profundas... pasos firmes, que trascendieron.
Los años fueron apagando aquellos luceros,
la vida fue consumiendo ese corazón...
y el aire fue desapareciendo de su ser.
Hoy quedaron las huellas, la luz, y el mito,
que yo puedo contar...
con lágrimas en los ojos, y dolor en el corazón...
por no poder respirar su mismo aire,
por no poder contemplar el sonido de su voz.
Pero es la mejor historia viviente que guarda mi alma.

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